La piel del agua


Todo el mundo habla de las gotas, de la onda expansiva de las gotas. Cómo caen del rocío. Cómo vuelven del cielo. Pero una gota no sólo nace, condensa y vuela alrededor de otras gotas. Una gota, mi gota, es la voz de mi mamá cuando me senté al filo del agua para sostener mi lluvia hasta que la lluvia se hizo afuera y, a la vez, se hizo en mí, de dentro, hacia afuera. La pileta había perdido la firmeza de su celeste, el cielo, encima, también. Temblaban los colores. Como si la fuerza de la luz se hubiera ido a dormir una siesta lejos de donde comenzaba a llover, donde comenzaba a llorar. Allí, sentada al borde del agua, con los pies dentro, dejé caer mi propia gota. A lo lejos asomaba un cono de sol. Llovía con sol. Y de mí se iba una gota. La miré alejarse. No se suicidaba, no se quería morir. Ahí iba la gota. No estaba en un barco partiendo de sí misma. Era solo una gota que golpeó contra el vaivén del agua mientras llovía y el sol se acercaba. Y allí, como era esperable, nació la onda. Y, detrás, como las consecuencias, otra onda que prosiguió a la onda. En cada línea, una voz, un dolor en mi abrazo. La onda se iba separando del centro como se estaba separando de mí. Así debe sentirse dejar ir a alguien que es parte de una. Y detrás de esa onda, otra onda la perseguía. ¿Alguna vez las ondas que abandonan el centro alcanzan a las otras ondas? La sombra de la casa comenzó a vestir la pileta de penumbra. Yo ya estaba allí. Al borde de la penumbra como al borde del agua. El sol venía lento, metiendo el hocico por entre dos nubes. Nadie me decía nada, no hacía falta. Cada segundo sin voz era un segundo de ecos. Esos "ya vas a ver", "vos no tenés idea de lo que estás haciendo", "yo que vos tendría cuidado con lo que deseás", me pegaban entre los dientes. Cualquiera del otro lado de la pared podría haber dicho aquellas palabras. Madre, Padre, Hermana, Suegra, Esposo… Así, con mayúsculas. Esposo… ¿o Ex? ¿También con mayúsculas? No recuerdo cuándo fue que dejé de llamarlos por su nombre para que se volvieran solo una función. Función parental. Voces en la memoria. Voces de la memoria. Un dolor acá. Los pies tomaban la temperatura del agua. Quietos, no deformaban las ondas. ¿Qué puede pasar si dejo este centro y me voy como una onda detrás de lo que deseo? A través de la ventana llegaban rumores de una charla que… ¿me tenía en el centro? ¿Acaso soy yo quien es el punto que los une? ¿Qué pasaría con ellos si me fuese? Y otra gota partió de mí mientras yo estaba en partida, rota. La penumbra de la casa no alcanzó a cubrir el agua cuando el sol abrió sus fauces y me dejó ver el fondo de la pileta. Las gotas de la lluvia atravesaban la piel del agua y se iban a lo profundo, como mi memoria en los recuerdos construidos. Sin punto de medio, la lluvia se rindió. El sol vestía un brillo celeste al fondo de la pileta. El agua, transparente como la palabra, comenzó a clavarse hasta quedar dura, quieta. Mi voz se rindió también y dejó caer una palabra. Una. Mientras me erguía, otras ondas nacieron desde mis pies, los que luego dejarían huellas al entrar en la casa. Me froté las manos contra la cara y mi última gota cayó sobre el agua, dentro del agua, hasta abajo en el agua. Entré a casa sin cerrar la puerta. Mi gota no dejó solo una onda sino que se hundió en lo hondo para luego ser un poco de algo en un montón de agua.